jueves, 10 de enero de 2019

Ira y fuego

Descendamos el monte de Venus donde se encuentra la ermita dedicada al Dios primordial Eros Farnesio.
Entremos dejando los corazones fuera, estaremos más livianos y así evitaremos dañarlos con los punzantes sentimientos, que los rajan como el vil metal perfora la débil mantequilla. No mas heridas ni cicatrices sangrantes en ellos.

Mi querida maga, nosotros que dominamos el verbo, dediquémonos palabras que enciendan la pasión que guardamos el uno para el otro. Susúrrame al oído y dime la extraña conexión que nos une, háblame del por qué de nuestra atracción transcendental. Haz con tus palabras, que mi cuerpo arda y pida clemencia, que mi voluntad se doblegue ante el Dios carnal, haz que te tenga que pedir mediante súplicas la unión de nuestros cuerpos, deja que vampirize hasta la última traza de tus rojos labios carmesí, deja que mis dedos recorran tus labios y que mi boca reconozca cada surco de la tuya.
Permite que mis ágiles dedos descubran la finura de tu talle, que asciendan y desciendan las curvas de tu ser, deja que te desvistan sin prisa pero sin pausa al compás del  diapasón de la lujuria.
Purga hasta la última llama de mi fuego interior, fuego encendido por la visión de tu semblante receptivo, fuego que abrasa al sentir la cercanía de tu cuerpo entregado a el noble arte de lo amatorio.

Únete a mí con voraz apetito hacia mi ser, que yo suspiraré entrecortadamente por el deseo febril de tu anatomía. Hagamos que el tiempo se detenga en el instante perfecto del súmmum de dos cuerpos saciándose. Cabalguemos juntos hasta el éxtasis terrenal para transcender las fronteras del placer y dejar todo atrás, que no importe ni el pasado ni el futuro, que sólo seamos ese presente perfecto y pasional.

Yazcamos juntos después, una vez calmada la sed de nuestros cuerpos, mirémonos sin prejuicios y brindemos por los manjares suculentos que nos ha dado nuestro mutuo deseo.
Yo te invito a nuestro paraíso.

Tristeza

La tinta reseca de mi conciencia dibuja un esbozo sobre la realidad de las circunstancias que siento, en hojas huérfanas de lectores. Renglones troceados por palabras ininteligibles, que marcan surcos de espacios vacíos en folios virginales.
El abismo obscuro de la inefabilidad domina el salvoconducto que otrora las letras me otorgaban. Las musas han muerto sufriendo mis achaques de tiempos infernales.
Ya no puedo vislumbrar "los mañanas" vestidos de sueños con esperanzas que portaban en manos brillantes las metas de mi destino. En la lontananza neblinosa sólo se cuela la certeza de un rayo mántico que me ciega de locura.
No hubo ninguna heroína que traspasase los barrotes de pirita oxidada de la gran jaula dorada que me aprisiona.

Encerrado con la llave de la realidad, una realidad hostil hacia los valores que apreciaba. Mi alma, agotada por correr en círculos sin porvenir, es inducida a la destrucción, se apena anhelando una huida hacia cualquier lugar menos éste.
Tal vez la nada sea la perfección de un mundo sin tristezas, sin depresiones con fauces de insomnio, depresiones con garras que aniquilan los atisbos de promesas felices.
El futuro parece un gemelo del hoy que no querré criar.

La perturbación del sueño de las alondras

En aquella mañana luminosa las alondras sobrevolaban el cielo, cantando a las columnas de humo negro que aún salían de los cascotes, indiferentes a lo acontecido, indiferentes al fulgor que las despertó en la noche trastocando sus sueños sobre nidos acolchados y lombrices de tierra. Durante un instante, sus ojos cansados vieron la estrella gigante que dejó silencio en su apagarse y volvieron a su descansar cuando el manto de la noche cubrió sus árboles de nuevo.
Los lobos envalentonados ante la ausencia de algarabía, se acercaron a las fronteras valladas y miccionaron sobre los alambres, haciendo suyas las delimitaciones imaginarias levantadas por los hombres.
En las cuencas calcificadas de ojos vacíos, gardenias fragantes nacían, levantando con orgullo sus colores hacia el cielo, creciendo en nuestra muerte.Y la naturaleza para olvidarnos del todo, puso un tupido manto de vegetación sobre las casas, sobre las máquinas apagadas y las fábricas mudas.
Y ya nunca nada fue, ni las guerras y las creencias, ni los libros escritos y las canciones compuestas. El tiempo transcurrió sin recordarnos en su cháchara monótona de estrellas y galaxias que danzan en infinitas trazadas elípticas.